31 de diciembre: El Día del Señor

La familia es “la Iglesia doméstica.” Con la Sagrada Familia, tenemos los inicios de la Iglesia, que tiene por modelo a María y José. Ellos son los que respondieron con su fe en el momento decisivo de la historia del Pueblo de Dios. Ellos nos recuerdan que, en el fondo, toda familia existe sobre el acto de fe de dos esposos que se prometen fidelidad y amor mutuo. Cada uno cree en el otro, que el otro es el camino por el que Dios viene a su encuentro. En la persona del hijo, los esposos encuentran ese amor de Dios hecho carne. A la familia se le ha confiado el acoger y promover la vida. Dios ha querido asociar a los esposos a su acción creadora. Es decir que cada nacimiento es una prolongación del misterio de la Navidad. Es fruto del amor de dos personas que se han fiado la una de la otra, y ambas de Dios. Es Dios el único que puede garantizar la perpetuidad de su fidelidad y de su amor.

En la celebración de hoy de la Sagrada Familia se ofrece a nuestras familias el auténtico modelo de María y José. Claro, de muchas maneras, la Sagrada Familia de Nazaret fue única, e imposible de imitar. Pero la Palabra de Dios (Lucas 2, 22-40) acentúa una forma en la que todas nuestras familias pueden seguir el modelo de Nazaret: buscando la voluntad de Dios, obedeciéndola, y sintiendo alegría y felicidad en ella, aun cuando esa voluntad exija sacrificios. Se nos muestra a Jesús como alguien que, desde el niño que era en Navidad, creció a una madurez plena y que cumpliría la voluntad de Dios hasta el final. Que, como Él, nosotros también crezcamos y alcancemos madurez en nuestra fe y en nuestro amor.

Oremos. “Oh Dios, que tu Hijo Jesús siga viviendo en nuestros hogares y en nuestra comunidad. Que nos haga dispuestos los unos para los otros, incluso a costa de incomodidad personal y, con María y con José, listos para cualquier tarea que puedas confiarnos. Porque podemos hacer todo en el nombre de Jesús, nuestro Señor. Amén.”

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