31 de marzo: Miércoles de la Semana Santa

Hoy marcamos el último día de la Cuaresma y la Iglesia nos ofrece, en Mateo 26,14-25, Judas Iscariote. En el Evangelio, su traición, como asunto central, oculta un hecho importante: la preparación de la cena. No es una cena cualquiera. Es la última cena y da la impresión de que todos los protagonistas los saben.

Los discípulos han vivido con Jesús durante los últimos años. No ha sido solo su maestro sino algo más. Le han seguido por los caminos polvorientos de Judea, Samaría, y Galilea. Han escuchado sus palabras. No han entendido todo lo que ha dicho, pero saben que Jesús no es un predicador más. Hay algo diferente en Él. Más allá de sus palabras han visto su forma de estar, de relacionarse con los que sufren, con los oprimidos por el mal y la enfermedad. Se han dado cuenta de que su presencia era sanadora y que abría caminos de esperanza para los que sólo tenían un futuro negro, oscuro e incierto por delante. 

Ahora saben, aunque no se atrevan a decirlo, que esa historia está a punto de terminar. Y que la cena de Pascua que se avecina no va a ser una más de las que han venido celebrando todos los años. No va a ser diferente por la comida, sino porque saben que algo se va a romper para siempre. La cercanía con Jesús, su maestro y Señor, se va a quebrar. Hay nubes de tormenta en el horizonte. El que ha sido creador de esperanza y vida para tantos, tiene la muerte acechando en su propio horizonte. Por eso la cena que van a preparar no es normal.

También Judas sabe que va a ser la última cena. Él se va a encargar de cortar esa historia, de romper las esperanzas y el futuro. Quizá porque no ha entendido nada. Lo que él esperaba ve que no se va a hacer realidad. No tiene sentido ni seguir a Jesús ni seguir con Jesús. Judas es el hombre sin esperanza que en su desesperación en lugar de agarrarse al que le puede salvar decide abandonarle y traicionarle. Si no hay salvación para él, que no la haya para nadie. ¡Qué error más grande!

Nosotros sabemos ahora que esa última cena culminará en la Resurrección, en el amanecer de una nueva vida y de una nueva esperanza. ¡Qué bueno poder estar con el Señor esta Semana Santa! Tenemos la oportunidad única de reflexionar  sobre el inmenso amor con que Dios nos ama. ¿Cómo respondemos a su amor total? ¿En qué medida lo hacemos resonar y lo reflejamos como en espejo a los hermanos alrededor nuestro? Hay muchos que viven en la desesperación más absoluta. Hoy es un buen día para acordarnos de ellos en nuestra oración. Y si a alguno conocemos, de acercarnos a él o ella y, con nuestra presencia, abrir un hueco para la luz y la esperanza en medio de su noche. No se trata de acusar y condenar sino de tender la mano y salvar.

Oremos. “Padre, cuando hubo llegado la hora de tu Hijo Jesús de aceptar la pasión y la muerte por amor a ti y por amor salvador a nosotros, Él no rechazó ese sufrimiento y profundo dolor. En la hora de las pruebas, por las que nosotros tenemos que pasar, no permitas que seamos rebeldes, sino mantennos confiando en ti, ya que tú nos salvaste por medio de  Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

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