8-9 de octubre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

El episodio del Evangelio de San Lucas que la Iglesia nos ofrece este domingo (17, 11-19) es bien conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al Evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.

Una vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos “ve que está curado” y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve “alabando a Dios a grandes gritos” y “dando gloria a Jesús.”

Por lo general, muchos interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; solo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto “para dar gloria a Dios.” Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.

Para reflejar: Cuando san Pablo dice que “hemos sido creados para alabar la gloria de Dios” está diciendo cuál es el sentido y la razón más profunda de nuestra existencia. Según San Ireneo de Lion: “Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida.” Ese cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios. ¿Que es lo que cantan nuestras vidas? Miremos todo lo que debemos a Dios: nuestra vida, nuestro cuerpo con sus ojos para ver las maravillas de la naturaleza, y nuestros oídos para oír los cantos de la creación. Tenemos en nuestro entorno tanta belleza y tanta buena gente a quien apreciar y amar. Y, sobre todo, Dios mismo se nos ha hecho cercano y ha venido a nosotros en Jesús. Él nos trajo continuo perdón y la capacidad de perdonar y de amar. Gritando a todo pulmón, demos gracias, gloria, y alabanza a Dios.

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