8-9 de julio: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

En Jesús, Dios se encarna – se hace uno de nosotros. De alguna manera, Dios (“el espíritu puro”), se hace carne, se hace materia, realmente se hace uno de nosotros, se ensucia con el barro de los caminos, come y bebe, enferma, pasa frío y todo lo demás que podríamos aquí poner que pertenece a la condición humana.

En Jesús, se nos hace claro que para acercarnos a Dios ya no hace falta dejar de ser humanos. No hace falta convertirnos en “espíritus puros,” en alejarnos de la materia, del cuerpo, y de todo lo que él conlleva. Por otra parte, este cuerpo nuestro es creación de Dios, ¿cómo podemos pensar que el cuerpo es malo? Más bien, tendríamos que pensar que para acercarnos a Dios nos tenemos que acercar a los hermanos y hermanas. No se trata de mirar arriba, a los cielos, sino de venir abajo, al barro de la vida. Y ahí nos encontramos a Dios.

Con Jesús, empieza un mundo nuevo. En efecto, somos el nuevo pueblo de Dios, el pueblo de la Nueva Alianza. Por lo tanto tenemos que vivir la nueva vida de Jesús y hacer todo lo posible para hacer nuevo y mejor nuestro mundo: en justicia, amor, y compasión. Que Dios nos dé esta actitud y la fortaleza para llevarla adelante.

En la Misa del domingo el Señor Jesús nos va a decir: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.” (Mateo 11, 25-30) ¿Somos capaces de aceptar el amor de Dios como también su forma de amar? ¿Permitiremos al Espíritu su movimiento libre entre nosotros para inspirarnos al servicio y para liberar a los demás de todo lo que están cargando?

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