7 de enero: “Para Que Sean Mis Testigos” (Hechos 1, 8)

Anticipando la Fiesta del domingo que viene (del Bautismo del Señor), recordamos que a los discípulos se les pide vivir su vida personal en clave de misión. Jesús los envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino también y sobre todo para ser sus testigos. Ojalá todos nosotros fuéramos en la Iglesia lo que ya somos en virtud del Bautismo: profetas, testigos, y misioneros del Señor, con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra.

“Para que sean mis testigos” es la llamada de todos los creyentes a dar testimonio de Cristo. Este es el punto central de nuestra vida, el corazón de la enseñanza de Jesús a los discípulos en vista de su misión en el mundo. Todos los discípulos serán testigos de Jesús gracias al Espíritu Santo que recibirán: serán constituidos tales por gracia. Dondequiera que vayan, allí donde estén. Como Cristo es el primer enviado, es decir misionero del Padre (Juan 20, 21) y, en cuanto tal, su “testigo fiel” (Apocalipsis 1, 5), del mismo modo cada cristiano está llamado a ser misionero y testigo de Cristo. Y la Iglesia, comunidad de los discípulos de Cristo, no tiene otra misión si no la de Evangelizar el mundo dando testimonio de Cristo.

Oremos. “Te bendecimos y te alabamos, Oh Dios, porque, según el designio inefable de tu misericordia, enviaste a tu Hijo al mundo, para librar a todos en el mundo, con la efusión de su Sangre, de la cautividad del pecado, y llenarlos de los dones del Espíritu Santo. Él, después de haber vencido a la muerte, antes de subir a ti, Padre, envió a los discípulos como dispensadores de su amor y su poder, para que anunciaran al mundo entero el Evangelio de la vida y purificaran a los creyentes con el baño del Bautismo salvador. Te pedimos ahora, Señor, que dirijas tu mirada bondadosa sobre tu Pueblo para que todos nosotros seamos mensajeros de salvación y de paz. Con el poder de tu brazo, guía, Señor, nuestros pasos, y fortalécenos con la fuerza de tu gracia, para que el cansancio no nos venza. Que nuestras palabras sean un eco de las palabras de Cristo para que nuestros oyentes presten oído al Evangelio. Dígnate, Padre, infundir en nuestros corazones el Espíritu Santo para que, hechos todo para todos, atraigan a muchos hacia ti. Que te alabemos sin cesar en la santa Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

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