6 de octubre: Padre Nuestro

Según el Evangelio de San Lucas 11, 1-4, los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar. Esto es, en verdad, lo que nosotros también deberíamos pedirle siempre: que nuestra oración sea amplia y profunda como la suya, dando honor y gloria al Padre, y llevándole el torrente de las necesidades y de los afanes de todos. Y como Jesús también, en nuestras oraciones, no intentamos doblegar la voluntad de Dios a la nuestra, sino más bien lo contrario: doblegamos la nuestra a la voluntad y al designio de Dios sobre nosotros.

Creemos que no debiera faltarnos nunca la invocación del Espíritu de Jesús para que venga en ayuda de nuestra debilidad, e interceda por nosotros. Que antes de cualquier oración (y del Padrenuestro en particular, para no rezarlo como un estribillo medio inconsciente), repitamos con deseo sincero lo de los discípulos: “Señor, enséñanos a orar.” Nunca lo habremos aprendido del todo. Y el Señor nos invitará a profundizar con calma y esperanza en el “Padrenuestro,” para que nos sintamos un poco más cada día “hijos amados” y necesitados de Él.

Oremos. “Padre, tú eres tierno y compasivo, tardo para la ira, rico en bondad y benevolencia, y poco dispuesto al castigo. Tú quieres que todos en el mundo participen de tu amor. Haz nuestro amor tan universal como el tuyo. Y haznos agradecidos por todo lo que tú nos has dado por medio de tu Hijo Jesucristo, para que el celo de una Iglesia misionera ojalá pueda reunir a todos  en tu Reino, y todos te llamen Padre, por los siglos de los siglos. Amén.”

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