5 de marzo: El Día del Señor

La Cuaresma es para nosotros el tiempo privilegiado para el cambio, la transformación, y “la transfiguración.” Nuestros rostros complacientes y culpables tienen que transformarse en rostros de alegría, amor, y servicio. El rostro de nuestro mundo tiene que transformarse también de injusticia en integridad, de odio en bondad y amistad.

Nosotros tenemos miedo al cambio, especialmente si es a costa de nosotros mismos. Pero hoy Jesús nos muestra el camino. Él vio cómo el sufrimiento y la muerte le esperaban, y por eso su rostro y su corazón estaban tristes. (Mateo 17, 1-9) Pero entonces el Padre volvió el rostro de Jesús radiante, porque iba a encontrarse con la vida y la Resurrección. Su rostro se hizo resplandeciente de alegría y de gloria. Si seguimos a Jesús y le dejamos que nos transforme, nuestro propio rostro se volverá también resplandeciente.

Para reflejar: La Transfiguración de Jesús es para nosotros un modelo y un signo de esperanza. El hombre-Jesús era realmente Jesús-el-Señor. Su verdadera y más profunda identidad apareció brevemente por un momento. Lo que nosotros estamos llamados a ser, en lo más hondo de nosotros mismos, llegará a hacerse visible si dejamos a Jesús que nos transforme y si llegamos a ser, con Él y como Él, pueblo que vive para los otros.

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