4 de marzo: Tener Fe

Las antiguas iglesias, con su cementerio al lado o dentro del mismo edificio y con un retablo bien cargado de imágenes de santos, intentaban poner de manifiesto la presencia conjunta de toda la comunidad creyente: allí yacía la generación anterior, que había transmitido la fe a la generación presente; y los santos le señalaban destinos gloriosos que los esperaba, destino que muchos antepasados ya habían alcanzado.

“Reconoce, oh cristiano, tu dignidad,” escribió San León Magno en el siglo V.  Y las Escrituras nos invitan a ser conscientes del ámbito privilegiado en que la vida de fe nos ha situado. Estamos en la compañía de Dios y de sus ángeles y somos los “conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.” (Efesios 2,19) Estamos agradecidos a nuestros antepasados por el don de la fe que ellos nos han regalado y ahora nosotros tenemos.

Recordemos que “tener fe” es aceptar los designios de Dios aunque no los entendamos, aunque no nos gusten. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos.

También, “tener fe” es creer cuando resulta más fácil recurrir a la duda. Si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades, y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros.

También, “tener fe” es guiar nuestra vida no con la vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para arriesgarse, el corazón necesita solo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, solo se pueden acariciar con el espíritu.

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Una petición especial hoy, por nuestro párroco, el día de su segunda cirugía: “A ti te llamamos hoy, O Jesús, para que socorras al Padre Mark, que necesita tu ayuda. Todos somos fieles devotos de lo que tú pregonaste en vida, y la santa Palabra es el escudo con el cual hacemos frente a los problemas. Nosotros te imploramos que no abandones ni dejes a la deriva a nuestro hermano, quien le toca una batalla en el quirófano. Deseamos que todo marche por el camino del bien y que nada malo ocurra en momento alguno. Con el amor que tú nos das, querido Jesús, nosotros podemos superar todo en esta vida. En tu Santo Nombre. Amén.”

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