31 de agosto: La Eucaristía

Una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la “Misa” entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la “Eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad, y reavivar su esperanza en Jesucristo Resucitado.

Sin duda, a lo largo de estos años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas Misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la Misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la Misa o a “asistir” a la celebración. Hoy, gracias a Dios, nuestra práctica dominical está marcada por un clima de bienvenida, la Palabra es proclamada claramente, el Rito es expresivo, y la acogida estimulante alimenta nuestra fe. Pero, nos hemos de preguntar continuamente ¿qué estamos haciendo para que la Eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida cristiana?”

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“La Última Cena es el gesto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su Crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo.

Por eso es tan importante una celebración viva de la Eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que Él vivió al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino.” Papa Francisco

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