3 de agosto: ¡Nunca Nos Va a Abandonar!

Siempre se ha dicho que la Iglesia Católica es una barca, que navega por el mar embravecido de una humanidad débil y rebelde, que a menudo sufre los embates de grandes oleajes de crítica, incredulidad, mala intención, e incluso de las faltas de sus propios tripulantes. “Estamos en el mismo bote” – lo que le sucede a la Iglesia nos afecta a todos. Por eso, no podemos dejar de orar por la Iglesia.

Es verdad que esta barca tiene muchos problemas y ha enfrentado muchas dificultades. Con frecuencia navega en medio de las olas encrespadas, amenazada con irse a pique. Pero si está en medio del mar y afrontando esos peligros es porque Jesús la ha enviado. La Palabra de Cristo es siempre una llamada a salir de sí, ponerse en camino, y afrontar riesgos. Pero, en medio de la tempestad, existe la tentación de centrarse sólo en sí, en la propia salvación, y viendo fantasmas que nos hacen gritar de miedo. A veces las tempestades son internas, como las envidias, los celos, y las luchas por el poder.

Entonces es fácil olvidar que, pese a los peligros, estamos en misión, enviados por el Señor, y asistidos y acompañados por Él. Jesús siempre nos enseña con su ejemplo que el valor para afrontar los vientos contrarios se adquiere en el trato con Dios, que fortalece nuestra fe. “Tener fe” no es un estado inamovible. La fe es una dimensión viva que puede crecer o disminuir, fortalecerse y debilitarse.

Recordemos que debemos estar siempre en camino, asumiendo riesgos. Ese estar en camino tiene un sentido de misión y de servicio: el Señor nos manda por delante para dar de comer a los hambrientos, anunciar el Reino de Dios (la presencia de Cristo), y sanar a los enfermos. Su promesa es que  su gracia va a estar con nosotros en tiempos buenos y malos, en la salud y en la enfermedad. ¡Nunca nos va a abandonar!

Oremos. “O Dios, estamos constantemente tensos entre el miedo y la fe mientras peleamos con el viento y con las olas que amenazan nuestra fidelidad al Evangelio. Danos la gracia de saber aceptar que la fe nunca es humanamente segura ni adquirida de una vez para siempre. Hazla crecer en nosotros día a día, para que  sigamos resuelta y coherentemente a tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amen.”

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