27 de agosto: El Día del Señor

Para cualquier persona expuesta al cristianismo, pero que no se considere creyente, Jesús fue un hombre bueno, un filántropo, un hombre sabio. Jesús, usualmente, le cae bien a la gente que lo ve como una figura histórica. Alguien del cual pueden aprender lecciones de vida para ser un mejor ciudadano del mundo.

Para nosotros los creyentes: ¿quién es Jesús? Es una pregunta sencilla y muy complicada a su vez. Porque creemos que Jesús es Dios. Enseguida al decir esto, ya entramos en la realidad del misterio. Y como nos recuerda San Pablo: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!”

¿Sintamos hoy la alegría de ser miembros de esta Iglesia fundamentada en la fe de los apóstoles que San Pedro ha confesado en Mateo 16, 13-20? Bastante lo sabemos que nuestra Iglesia está llena de infidelidad y de pecados. Que a menudo ha traicionado – hemos traicionado entre todos – la fe viva que profesa y que le une. Pero al mismo tiempo, y con el deseo de trabajar tanto como sea necesario para purificarla, repitamos una vez más las palabras del Credo: “La Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.”

Una Iglesia santa, universal, y apostólica, porque tiene dentro de si al Espíritu de Jesucristo, que le mantiene viva aquella fe que los apóstoles vivieron y que nos han hecho llegar hasta nosotros. Y entonces, cuando cada domingo, en la Oración Eucarística decimos el nombre de nuestro papa Francisco y de nuestro obispo Alejandro, entendámoslo y vivámoslo como la repetición de aquellos signos, de aquellos eslabones de la cadena que nos une con los apóstoles y, por los apóstoles, con el Señor. Y todo ello, porque también desde nosotros, desde nuestra vida cotidiana, llegue a más hombres y mujeres, a nuestros compañeros y amigos, a la gente que conocemos y no lo comparten, la misma gozosa noticia de la fe que nos ha llegado a nosotros.

Oremos. “O Jesús, gracias por tu promesa de estar siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos, acompañando nuestro caminar, alimentando nuestra esperanza y dándonos la fuerza necesaria para hacer cosas grandes desde nuestra pequeñez. Amén.”

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