27-28 de enero: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

El Evangelio de la Misa del domingo nos hablará de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm (Marcos 1, 21-28). No se han recogen sus palabras, pero serían de gracia, como las que pronunció en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4, 18-21). Les hablaría del Reino de Dios que está cerca, que Dios se acerca a nosotros como un padre que se compadece de sus hijos y quiere consolarlos y confortarlos; que establecerá una lucha permanente contra los espíritus inmundos y el poder de las tinieblas; y que nos librará y nos salvará de todo mal.

Las palabras de Jesús llegaban (y llegan) al corazón. Eran palabras dichas con fuerza y con poder, como si brotaran de una fuente interior creadora. Eran palabras vivas y entrañables, que producían efecto. No se parecían en nada a las palabras de otros maestros y escribas, palabras viejas, cansadas, y frías. Hace un comentario del texto que no le ha escuchado a nadie. Es suyo, vivo, y adecuado a las circunstancias. E interpela de verdad, mueve los corazones. No deja indiferente a nadie.

Demos gracias a Dios que Jesús es el Mesías esperado y anunciado por los profetas. Él es la Palabra eterna del Padre, y su palabra siempre se traduce en acción: va unida a un poder de lo alto que produce sus efectos – habla, enseña, y confirma su doctrina con signos y portentos. Y nos invita a adherirnos a sus enseñanzas, a su palabra, que Él dejó a la Iglesia, por medio del Espíritu Santo.

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