25 de febrero: El Día del Señor

Cada vez tenemos menos tiempo para escuchar. No sabemos acercamos con calma y sin prejuicios al corazón del otro. No acertamos a escuchar el mensaje que todo ser humano nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, preocupados por el celular, y como esclavos en frente de la computadora, pasamos junto a las personas, sin apenas detenemos a escuchar realmente a nadie. Se nos está olvidando “el arte de escuchar.”

Por eso, tampoco resulta tan extraño que a los creyentes se nos haya olvidado, en buena parte, que ser católico es vivir escuchando a Jesús. Más aún. Sólo desde esta escucha nace la verdadera fe. Según San Marcos, cuando en la “montaña de la Transfiguración” los discípulos se asustan al sentirse envueltos por las sombras de una nube, sólo escuchan estas palabras: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo.”

La Cuaresma nos está enseñando que si perseveramos en una escucha paciente y sincera, nuestra vida empieza a iluminarse con una luz nueva. Comenzamos a verlo (y oírlo) todo con más claridad. Vamos descubriendo cuál es la manera más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y la manera más católica de celebrar la alegría que Jesús nos ha regalado.

Tal vez, hemos de cuidar más la escucha fiel a Jesús. Escucharle a Él nos puede curar de cegueras seculares, nos puede liberar de desalientos y cobardías casi inevitables, y puede infundir nuevo vigor a nuestra fe.

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