17 de agosto: La Locura del Amor de Dios

Nuestro Dios es un Dios increíblemente bueno. Para Él cada persona es valiosa, cada uno cuenta.

Según los Evangelios, Jesús, antes de escoger a sus amigos más cercanos (los Apóstoles), se pasa la noche en oración como para indicarnos la importancia de estos elegidos. Pero después se pone a llamar a personas comunes y corrientes, nada extraordinario: unos pescadores, otros hombres del campo que apenas saben hablar, algún cobrador de impuestos, y hasta algunos extremistas llamados zelotas. Toda una gama de personajes considerados no propiamente extraordinarios, sino, como diría después San Pablo, los pequeños, la escoria, y los despreciables. ¿Por alguna razón? No encontramos ninguna más que la locura de su amor y el deseo de enseñarnos cómo se construye su Reino: con los pequeños, con los olvidados, y con los despreciados.

Diariamente, debemos aprender de la cercanía de Jesús. Por eso, si ahora nosotros nos decimos creyentes y discípulos, tendremos que imitar a Jesús en todo su recorrido: su oración, su lucha por la vida, su entrega plena, su alegría de vivir, su aceptación de la Cruz, y su Resurrección. ¿Realmente somos discípulos de Jesús?

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