11 de septiembre: El Día del Señor

El Buen Pastor

Giran las tres parábolas de Lucas 15 en torno a la búsqueda de “lo perdido” (oveja, moneda, el hijo perdido) y la alegría compartida en el momento del encuentro. Todos somos la oveja, la moneda, el hijo pródigo, y también el hijo mayor. La vuelta a Dios solo se puede hacer desde una reflexión seria, tratando de entrar dentro de nosotros mismos como lo hizo el hijo pródigo. Para volver a Dios necesitamos humildad para reconocer nuestra situación. Solo entrando en nosotros mismos y con humildad podemos reconocer nuestra realidad auténtica ante Dios.

De vez en cuando nos falta la alegría auténtica, la alegría de sentirnos amados por Dios y de amar a Dios y de amar a todas las personas como Dios. Nos falta la alegría de sentirnos acogidos por Dios y de saber que Dios siempre nos perdona compartiendo su alegría en ambiente de fiesta. Verdaderamente, reunirnos para celebrar el Día del Señor es celebrar una fiesta, porque sabemos y experimentamos que Dios nos ama. Y al celebrar la Cena del Señor, Él pondrá en nuestras manos el Sacramento que resume todo el amor del Padre revelado en su Hijo.

Idealmente, una sola palabra podría resumir la vivencia de nuestra celebración dominical: la alegría. Porque se apoya en el amor constante del Padre, en el perdón que se nos ha revelado en Jesucristo, en el don del Espíritu para seguir adelante, y en la unidad que todos formamos alrededor del altar.

Oremos. “Señor Dios, acepta nuestra acción de gracias porque la gracia y el amor que nos ofreces en Jesús, tu Hijo, son siempre mayores que nuestros pecados. Que, en gratitud por tu gracia y tu perdón misericordioso, llevemos a cabo con alegría la misión de reconciliación que tú nos confías. Por Cristo nuestro Señor. Amén.”

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