11 de marzo: “Señor, ¿cuándo te vimos?”

Mateo 25,31-46 no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús Resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda. A lo largo de los siglos hemos visto en este diálogo fascinante “la mejor recapitulación del Evangelio” y “el elogio absoluto del amor solidario.”

Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. Este amor, según Jesús, se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo: dar de comer, dar de beber, acoger al inmigrante, vestir al desnudo, y visitar al enfermo o encarcelado. Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Los “benditos del Padre” son los que han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo.

¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Jesús, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.

La Cuaresma nos está invitando a recordar que, en cada persona que sufre, Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga, y nos suplica. Nada nos acerca más a Él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.

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