30-31 de enero: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

El Evangelio (Marcos (1,21-8) nos va a recordar estas palabras: “Jesús no enseñaba como los letrados.” Los letrados eran los Maestros de la Ley, especialistas que interpretaban y aplicaban las Escrituras, las verdades, las muchas normas que formaban parte de la tradición religiosa (mandamientos y prohibiciones…) y las imponían a la gente. Insistían bastante en las “obligaciones religiosas” (los “cumplimientos,” que diríamos nosotros hoy) como clave para estar en orden con Dios, y todas las condiciones y ritos necesarios para ser “puros.” Su modo de hacer discursos era multiplicar las citas de otros personajes anteriores que tuvieran alguna autoridad, otros rabinos y maestros, escuelas espirituales. Pero les faltaba “vida”: ellos se quedaban fuera de lo que decían, sólo transmitían lo que pensaban. Sí, se llenaban de citas, referencias, argumentos, pasajes de la Escritura – que intentaban a aplicar a todas las circunstancias y personas, de manera indiscutible y obligatoria.

Jesús, en cambio, no anda citando a nadie, ni se muestra como representante de ninguna escuela o tradición, ni multiplica citas, ni siquiera echa grandes discursos. Y no tiene inconveniente en “enmendar” la sagrada Ley de Moisés, cuando ésta no ayuda al hombre, sino que se le convierte en una pesada losa, cuando margina al hombre, cuando le deja “excluido” de la relación con Dios. Su punto de referencia para hablar y actuar está en sí mismo. Es el “Santo de Dios,” el habitado por el Espíritu de Dios que recibió en su Bautismo, y que le empujar a recrearlo todo, liberar, restaurar el espíritu primero que Dios insufló al hombre en aquella primera mañana de la creación, y hacer callar y expulsar de dentro nuestros males y demonios.

La llegada de Jesús supone ciertamente el fin de ese modo de relacionarse con Dios, de ese sistema religioso en tantos casos deshumanizador. Sí, ha venido a acabar con tantas manipulaciones (incluidas aquellas que se hacen en el nombre de Dios), imposiciones, ritos, normas y prácticas – que convierten al hombre en alguien extraño a sí mismo (“alienado” diríamos con lenguaje de hoy). Él ha venido a devolver al hombre a sí mismo. Y lo hace con su Palabra. O si se quiere decir mejor: con la Palabra que es el propio Jesús. Una palabra que tiene la autoridad de los hechos: el hombre queda recuperado, liberado, devuelto a sí mismo. Nos resulta significativo que San Marcos no haya recogido nada de su discurso: la enseñanza y la autoridad de Jesús son las obras.

Oremos. “O Dios, que tu Hijo Jesús nos toque con su mano salvadora y que nos dirija su palabra restauradora, para que nos haga íntegros y libres y para que con Él luchemos contra todo mal y te sirvamos a ti, nuestro Dios vivo, y a los hermanos y hermanas que nos has confiado. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor. Amen.” 

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