3 de marzo: El Día del Señor

“Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre.” Juan 2, 13-25

Atacar el templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social, y política. El Templo era intocable. Allí, dijeron todos, habitaba el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos? ¿Cómo podrían sobrevivir sin el Templo?

Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el Reino de Dios tal como Él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político, y religioso sustentado desde aquel “lugar santo.” En realidad, ¿qué era aquel templo? ¿Signo del Reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma? ¿Casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos? ¿Santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias? Según Jesús, Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo.

La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos por la religión que estamos cultivando hoy. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera “santa” de cerrarnos al proyecto de Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino el Reino.

Para reflejar: ¿Qué religión es la nuestra? ¿Hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar? ¿Alimenta sólo nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano y habitable? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.

footer-logo
Translate »