26 de marzo: El Día del Señor

Nuestro camino de Cuaresma se acerca a su cumbre: la cumbre que será la gran celebración de la Pascua. El esfuerzo de renovación de nuestra vida católica debería, en estos días, intensificarse, muy de verdad, para centrarse en aquello que es el núcleo de la fe. Esto es importante, muy importante, para nuestra vida católica.

La Cuaresma nos ha tratado de enseñar que Dios es nuestro principio, nuestro “alfa” original, pero es también nuestra meta, nuestro “omega” final. Hay ya un germen divino en nosotros, pero ese germen tiene que ir creciendo hasta su desarrollo pleno, cuando nos sumerjamos y nos perdamos en el océano del amor, cuando se rompan casi los límites de la propia individualidad, “cuando se rompa la tela de este total encuentro” y de esta mortal distancia y diferencia. Estamos, pues, llamados a crecer en Dios, hasta que nos perdamos en su regazo, meta definitiva de nuestra existencia.

Si somos para Dios, quiere decir que vivimos para Dios, que tenemos que orientar hacia Él nuestra actividad entera y nuestra voluntad, todo lo que hacemos y lo que somos. Somos para Dios, trabajamos para Dios, descansamos para Dios, sentimos y pensamos para Dios, y sufrimos y gozamos para Dios.

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Dios nuestro Padre quiere que vivamos, por eso aceptemos de Él la vida con gratitud como un don y una misión. Su Hijo Jesucristo murió por nosotros para que podamos vivir, por eso que vivamos con Él una vida digna de los hijos e hijas de Dios. Y el Espíritu Santo, dador de vida, nos inspira a seguir el camino de Cristo como personas que vivamos para los otros, por eso que Él nos haga siempre disponibles y abiertos a cualquiera que tenga necesidad.

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“Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si la fiebre te abrasa, Él es la fuente de agua fresca. Si te oprime el peso de la culpa, Él es la justicia. Si necesitas ayuda, Él es la fuerza. Si temes la muerte, Él es la vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si huyes de las tinieblas, Él es la luz. Si buscas comida, Él es el alimento. Busquen y vean cuán bueno es el Señor – dichosa la persona que espera en Él.” San Ambrosio

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