24 de marzo: La Verdadera Libertad

En los Evangelios, Jesús repetidamente nos enseña el núcleo y el sentido de la verdadera “libertad.” Ser libre es, por oposición, no ser esclavo. Esclavo es el dependiente, el que tiene secuestrada su libre voluntad y se reduce a ser la prolongación forzosa de la voluntad de otro. Hay formas directas y brutales de esclavitud, en las que el ser humano es reducido a objeto de posesión. Aunque sigue existiendo, por desgracia, hay hoy un amplio consenso que rechaza esta forma degradante de tratar al ser humano. Pero hay también formas sutiles de esclavitud que, además, se justifican no pocas veces en nombre de la libertad, una libertad degradada y corrompida. Se trata del sometimiento a los nuevos ídolos en forma de dependencias de sustancias como el alcohol o las drogas, o del juego, o de formas de comportamiento deshumanizantes, o de ideologías que prometen lo que no pueden dar, o, simplemente, de la presión ambiental (lo políticamente correcto, lo llaman hoy), a la que nos sometemos acríticamente.

“El que comete pecado es esclavo,” nos dice Jesús, y también, solo “la verdad les hará libres” La verdadera libertad es, por un lado, un don de lo alto. Es un don porque consiste en la filiación: en ser hijos e hijas en el Hijo. El hijo no es esclavo: es sí mismo, en una identidad recibida por amor. Dios nos ha dado la libertad, que consiste en participar de la condición personal por la que somos imágenes suyas, y por la que estamos llamados a ser hijos e hijas en Cristo Jesús. Pero la libertad, además, es una conquista, porque supone resistir los cantos de sirena que tratan de seducirnos con falsos caminos de salvación; y es, también, una tarea, que requiere escuchar y acoger esa palabra verdadera que Dios nos comunica en Jesús.

Que el Señor nos dé a nosotros la gracia de seguir creyendo en la verdad del Evangelio, para que esa misma verdad nos haga personas siempre libres y alegres.

Oremos. “O Dios, ya que la palabra salvadora y la muerte liberadora de Cristo nos han hecho libres, que nunca de nuevo nos atemos con cadenas fabricadas por nosotros mismos, cadenas de pecado egoísta y de falsos apegos mundanos. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

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