23 de febrero: La Cuaresma y la Oración

El camino Cuaresmal que hemos iniciado nos pide tomar conciencia de la importancia de la oración en nuestra vida cristiana. La oración es uno de los tres dinamismos de nuestro compromiso cuaresmal junto con el ayuno y la caridad hacia los más necesitados. La Cuaresma nos ofrece una invitación a hacer de la oración una expresión auténtica de nuestro ser discípulos.

Idealmente, vida y oración deben ir siempre de la mano. La cuaresma como “viaje de regreso a Dios” es un tiempo propicio para potenciar nuestra oración. La cual nos lleva a esa intimidad con el Padre, que no solo escucha nuestra oración, sino que nos atrae a su corazón para conformarnos según su misericordia y perdón. La oración Evangélica no funciona “a fuerza de palabras” (Mateo 6,7), sino en la confianza del discípulo en el único maestro y Señor de nuestra vida.

Así pues, orar es cultivar nuestra relación de amistad con Dios, acoger en el silencio del corazón la fuerza performativa de su Palabra para que nos transforme. Como señaló el Papa Francisco en su homilía del miércoles de ceniza: “La conversión del corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte del primado de la acción de Dios. Lo que nos hace volver a Él no es presumir de nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. Nos salva la gracia, la salvación es pura gracia, pura gratuidad.”

Pidamos al Señor que nos enseñe a orar, que nos de la capacidad de hacer nuestra oración con su mismo corazón, para que crezca en nosotros cada día su misma experiencia de filiación y fraternidad. De esta manera, con su gracia, nuestra oración nos impulsará a vivir y actuar, así como oramos.

Oremos. “O Dios, que ojalá tu gracia no vuelva vacía a ti, sino que nos dé la fuerza de tu Hijo y así te respondamos con nuestras buenas obras, para que lo que hemos prometido y ofrecido en oración logre hacerse vivo y real en nuestra vida. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.”

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