22-23 de mayo: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Celebramos la Fiesta de Pentecostés. Consumada la obra de la redención, Cristo cumple su promesa y envía el Espíritu Santo a la Iglesia naciente y a la Iglesia de todos los tiempos, para iluminar a todos los hombres y mujeres en el conocimiento de la verdad revelada, y guiarnos y sostenernos en el camino hacia la Casa del Padre. “Y el Espíritu Santo, descendiendo sobre ellos con fuerza extraordinaria, los hizo capaces de anunciar a todo el mundo la enseñanza de Cristo Jesús.” Como entonces los Apóstoles, también nosotros vamos a estar reunidos el domingo en un gran cenáculo de Pentecostés, anhelando la efusión del Espíritu.

La presencia del Espíritu derramado sobre nosotros nos da ocasión para profundizar en la universalidad del mensaje del Evangelio y del amor de Dios (“de toda raza, lengua, pueblo, y nación según el Apocalipsis de San Juan 5, 9). “Todos” los que lo reciben son profetas, es decir portavoces de Dios, de modo que “cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua.” Y cada Bautizado recibe dones y cualidades para el bien común.

Decía el Papa Francisco: “Recuerdo ahora la famosa expresión: ‘es la hora de los laicos.’ Pues pareciera que el reloj se ha parado. Todos ingresamos a la Iglesia como laicos, puesto que el primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del Bautismo. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Todos estamos llamados a llevar el Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social. El Espíritu santo nos da el fuego profético. Debemos recordar que la Iglesia está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. La visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.”

Nuestro compromiso es el de los primeros cristianos: reunidos en la misma fe y ayudados por la gracia de los mismos sacramentos, estamos llamados a proclamar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas y en la diversidad de la vida de cada uno de nosotros, para que todos las puedan entender.

Oremos. “Padre Bueno, queremos continuar el camino de tu Hijo; haz que nos dejemos llenar de su Espíritu para ir realizando, cada vez más, su Reino en la vida diaria. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.”

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