21 de mayo: El Día del Señor

Durante seis semanas Pascuales, venimos reflexionando sobre el misterio de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza – que es la Resurrección de Jesús. Porque “si Cristo no ha Resucitado,” dice San Pablo, “vana es nuestra fe y nosotros no somos más que unos pobres ilusos.”

Pero ¡Cristo ha Resucitado! Hay testigos. En estas últimas semanas, desde el domingo de Pascua, hemos escuchado el testimonio de San Pedro y San Juan, el de Santa María Magdalena, el de los discípulos de Emaús, el de Santo Tomás, y el de los demás Apóstoles. Y el testimonio de los Apóstoles nos merece crédito. Por eso, como herederos de la promesa de Dios, nuestra fe es “apostólica.” Y ahora nos toca a nosotros ser testigos y acreditar ante el mundo este acontecimiento revolucionario de la Resurrección.

La Resurrección significa que la vida sigue más allá de la muerte y hay más vida que esta que vivimos de momento. Y esta fe, este convencimiento, es suficientemente “subversivo” como para cambiar radicalmente nuestras vidas – si creemos. También, puede cambiar la vida del mundo – si somos capaces de contagiar nuestra esperanza y nuestro modo de vida en la caridad.

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La Ascensión de Jesús tiene esta doble consideración. De una parte, confirmar nuestra fe en la Resurrección de Jesús, que vive y sube al cielo y se sienta junto al Padre. Así es como podemos expresar lo inexplicable – lo que aún no sabemos, pero creemos y esperamos. De otra parte, convencernos de que esta es “nuestra hora,” la de nuestra responsabilidad.

Jesús sube al cielo, para que nosotros estemos en la tierra. Se va al Padre, para que nosotros estemos con los hermanos y hermanas. Termina, para que nosotros empecemos y continuemos su obra. Mejor dicho, hace como el que se va, para que no nos confiemos, para que no permanezcamos pasivos, pensando que Él lo va a hacer todo. Se va y se queda para infundirnos su Espíritu y enrolarnos en su causa.

“Nuestra hora” es la hora de salir a la plaza pública, de recorrer los caminos y los vecindarios para dar a todos la Gran Noticia: ¡Cristo ha Resucitado! La oración y la contemplación, indispensables en la vida católica, sólo tienen sentido como alimento de la fe, para que nuestras obras sean las obras de la fe, y no la de los intereses o conveniencias. En todo caso, la oración y la liturgia son el sostén de la esperanza, para que no nos cansemos en la misión.

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Oremos. “Señor Jesús, tú te despediste de los discípulos encomendándoles una misión Evangelizadora y prohibiéndoles quedarse mirando al cielo. Haz de nosotros unos apasionados transmisores de tu mensaje, de modo que aspiremos al cielo sin perder nunca de vista nuestro compromiso en la tierra. Que el gozo de tu ‘continua presencia’ en medio de la comunidad nos mantenga fuertes en la esperanza y firmes en el amor real, concreto, y transformador de nuestro mundo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.”

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