21 de agosto: El Día del Señor

El Evangelio de San Lucas (en 9, 51-62) indica una decisión firme de Jesús: “Se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén.” Se trata de una decisión explícita, pues en un pueblo de samaritanos por dónde debía atravesar, no lo recibieron, “porque tenía intención de ir a Jerusalén.” ¿Por qué tanta insistencia en esa meta?

La respuesta se encuentra poco antes, donde se especifica el tema de la conversación que Jesús mantenía con Moisés y Elías durante su Transfiguración: “Hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.” (9, 31). Es claro que Moisés y Elías en esa situación tan solemne no pueden hablar con Jesús sino de lo más esencial de su misterio: su partida de este mundo para entrar en la gloria. Por eso, el Evangelio especifica: “Se iban cumpliendo los días de su asunción.” El Evangelio de San Juan es aún más explícito: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo el Padre… amó a los suyos hasta el extremo.” (Juan 13, 1)

Pero su “partida,” su “asunción,” su “paso de este mundo al Padre” no podía realizarse sino a través de su Pasión (su muerte y Resurrección). Esto es lo que urge a Jesús y para eso se dirige a Jerusalén. Diariamente, el mismo Jesús nos invita a seguir por sus pasos, a ser sus discípulos, a compartir su peregrinación (por la vida) a Jerusalén (entendida ahora como “la vida eterna en el cielo”).

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“El verdadero peregrino es capaz de andar al paso de la persona más lenta. Y Jesús es capaz de esto. Jesús es nuestro compañero de peregrinación. Respeta nuestra situación, no acelera el paso. Es el Señor de la paciencia.” +Papa Francisco

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