20-21 de febrero: Preparándonos par Celebrar la Misa Dominical

La Cuaresma da comienzo con Jesús apartándose al desierto, durante un período de 40 días y noches. En seguida nos viene a la memoria la travesía de aquel pueblo esclavo en Egipto, que fue invitado por Dios a introducirse en el desierto durante cuarenta años. Pues, ¿qué tiene el desierto? De entrada no resulta un lugar muy atrayente.

Nos puede ayudar el caer en la cuenta de todo lo que se queda atrás en el caso del pueblo e Israel. Israel vivía para el trabajo y sin libertad. Un trabajo esclavizante, agobiante, sin sentido, y en pésimas condiciones laborales y sociales. Por otra parte, como pueblo, se encuentran divididos, buscando cada cual sobrevivir como pueda, “pasan” del hermano. También han olvidado sus raíces, sus valores, sus tradiciones, sus compromisos de siempre, lo que para ellos había sido tan importante – su trato con Dios y en su trato entre ellos (la Alianza).

Moisés y los miembros del pueblo pensaron que era mejor arriesgarse e intentar hacer algo nuevo. Era necesario que cada cual se reencontrase a sí mismo, pero también recomponer la comunidad, el pueblo, los cimientos, lo que les ayude a superar las dificultades. Y como en el desierto no hay nada más que uno mismo y Dios, es el mejor lugar para plantearse un cambio, para descubrir las propias tentaciones y enfrentarlas. No es un lugar para quedarse: el futuro, el horizonte no pueden faltar en ese “lugar.”

Realmente el desierto no es “un lugar” sino una situación, una experiencia, y en estos momentos que vivimos, el desierto ha venido a nosotros. Se nos ha echado encima. Se nos han borrado los caminos, nos aprieta el cansancio y el desánimo, nuestra situación como comunidad humana se ha deteriorado, hemos tenido que dejar atrás tantas cosas y personas y proyectos y…

Pero nos hace falta ahora escuchar la voz de Dios en el silencio del desierto, identificar nuestras tentaciones, discernir las ideas (e ideologías), rutinas, costumbres, y planteamientos que nos impiden abrirnos a la novedad de Dios, a su proyecto del Reino.

La Cuaresma nos está invitando a descubrir la fuente de Agua Viva que es Jesús y que brota desde nuestro interior. Pero también hay que trazar caminos/futuro. El Papa Francisco nos ha ido señalando muchos de ellos. Resalto especialmente su llamada a construir “la Fraternidad Humana, Todos Hermanos,” desde la perspectiva del Buen Samaritano, desde la compasión y la misericordia.

Nos harán falta más de 40 días, claro. Pero podemos recordar y aprender que, del desierto, Dios es capaz de sacar la vida, de hacer un Pueblo Nuevo donde todos puedan ver nuestro amor y a nadie falte lo necesario para vivir y amar.

Oremos para que durante esta Cuaresma nos volvamos plenamente a Dios y a nuestros hermanos y hermanas. (Pausa) “Oh Dios de la Alianza de amor, tú nos invitas a seguir a tu Hijo. Mientras recordamos cómo fue conducido por el Espíritu al desierto, que Él abra nuestros ojos para ver las tierras yermas del mal que hemos creado en nuestro mundo. Ayúdanos a orar en soledad, a sentir nuestra hambre por todo lo bueno, y a vencer nuestras tentaciones. Que aprendamos de Jesús a creer en la Buena Noticia y a dar forma y a desarrollar tu Reino de verdad, justicia, y amor generoso. Te lo pedimos en nombre de Jesús, el Señor. Amén.”

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