18-19 de septiembre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Al llegar a Cafarnaúm (Marcos 9, 30-37), el Maestro Jesús les pregunta: “¿Qué estaban discutiendo por el camino?” Más que una pregunta, es un reproche. Sabe de sobra la acalorada discusión que se traían durante el viaje. Y los discípulos callan, se sienten “pillados,” avergonzados. Saben lo fuertemente que reacciona el Maestro cuando sale a relucir lo de buscar los primeros puestos.

El tema de las jerarquías y precedencias era muy debatido entre los rabinos (los líderes de los judíos). Necesitaban asignar cuidadosamente los puestos de honor a quienes les correspondían. Hasta debatían sobre las diferentes categorías de santos en el cielo. Los “justos” (según la Ley), naturalmente, tenían aseguradas las posiciones de prestigio; mientras que las personas (supuestamente) impuras, los pobres de la tierra, estaban destinados a la más completa marginación. Jesús “se sienta,” es decir asume la posición del rabino que se dispone a impartir una lección importante. Entonces llama a sus discípulos y les pide que se acerquen, quizá porque los siente distantes, lejos de Él. Finalmente pronuncia su juicio solemne sobre la verdadera grandeza: “El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.” Es la síntesis de su propuesta de vida. En la comunidad católica, quien ocupa el primer puesto, debe dejar a un lado toda pretensión de grandeza.

La Iglesia no es un trampolín para alcanzar posiciones de prestigio, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás. La comunidad de Jesús es ese lugar donde cada cual, con los dones recibidos de Dios, muestra su grandeza en el servicio humilde a los hermanos y hermanas. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo que se hizo servidor de todos.

Oremos. “O Dios, tú te inclinas a nosotros con ternura, aun siendo como somos falibles y limitados. Tus preferidos son los niños, los débiles, y los humildes. Ayúdanos a aceptar tu Buena Nueva del Reino con la actitud receptiva de los niños. Y danos también ojos de admiración para ver el misterio de tu grandeza y amor, de tal forma que poseamos el Reino de los Cielos. Concédenos esto y ayúdanos a estar preparados para celebrar la Misa dominical. Por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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Extra: “Y un Niño les Dirigirá.” Nosotros sabemos, especialmente los padres, lo indefensos y frágiles que son los niños. Por eso, Dios ama tanto a los niños, como Jesús nos mostró en toda su vida. Jesús incluso nos dice cómo tenemos que ser como niños; no que tengamos que ser pueriles, sino que, como niños, tenemos que ser espontáneos, abiertos, y sencillos. Los niños no exigen lo que les es debido. Esperan todo de los mayores y aceptan cualquier cosa como regalo. De la misma manera, tenemos que estar nosotros abiertos a los dones de Dios y de los demás. Las hermanas y los hermanos, todos sin excepción, son también regalos de Dios para nosotros. Los niños simbolizan el comienzo de la vida; así pues, tenemos por delante un futuro, y vamos hacia él teniendo como guía nada menos que a Jesús. “Ten misericordia de nosotros, Señor, perdona nuestras pretensiones, nuestra soberbia y autosuficiencia y llévanos adelante en esperanza a la vida eterna. Amén.”

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