10 de agosto: El Don de la Esperanza

Hoy en día la esperanza es un don por el que la humanidad debe rogar constantemente. Al leer las noticias pareciera que el mundo está de cabeza. Todos los días despertamos con nuevos atentados terroristas, persecución de cristianos, denuncias de abusos contra la mujer, y tantas otras situaciones dolorosas – incluso la pandemia global. Al mismo tiempo, en el ámbito de la vida personal, uno puede estar pasando por situaciones económicas apremiantes, circunstancias familiares complicadas, crisis espirituales, y estados físicos insoportables. Todas estas son cosas que nos van robando la alegría. Ante tanto dolor y tristeza,  ¿cómo evitar que “se nos escape” la esperanza?

Primero, debemos recordar la importancia de ser “realistas.” Ser cristiano no ha sido fácil en ningún momento de la historia. En la actualidad en oriente medio, la persecución de los cristianos es constante, cada día muere gente a causa de su fe. En este sentido, ser realista conlleva asumir los sufrimientos de hoy, no hacer la vista gorda a las dificultades que supone ser cristiano, y estar dispuestos a aceptar las consecuencias de ser quienes somos. Es importante situarse en comprender como es la dinámica entre la fe cristiana y el mundo, para no caer en la tentación de considerar la esperanza como un mero ideal que consiste en “confiar” en que todo saldrá bien y que los cristianos serán comprendidos y aceptados enteramente. Así evitamos tener lo que se conoce como “falsas esperanzas” que al defraudarnos puedan quitarnos la esperanza del todo.

Segundo, es importante no cansarnos nunca de pedir la virtud de la esperanza. De acuerdo con el catecismo de la Iglesia Católica, la virtud de la esperanza es una de las tres virtudes “teologales” (fe, esperanza, y caridad). Calificarla por virtud “teologal” es importante ya que supone que tiene “origen, motivo, y objeto inmediato a Dios mismo,” lo cual significa que proviene de Dios y te lleva directamente a Dios. Para vivir la esperanza en nuestra vida, no podemos olvidar pedírsela al Señor, por intercesión de su Madre. Dios mismo nos alienta a ello cuando nos recuerda: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan!” Él más que nadie quiere vernos felices y alegres, Él más que nadie conoce nuestras luchas y dolores, y es Él realmente quien muere por consolarnos y abrazarnos en los momentos de sufrimiento. No olvidemos siempre acudir a Dios para pedir nos llene el corazón de esperanza en sus promesas y en su amor. En definitiva, vivir la esperanza cristiana es vivir la esperanza en la promesa de Aquel que nos ha amado hasta el extremo. Se trata de enfrentar los dolores y pruebas de cada día sabiendo que la cultura de la muerte, el mal,  la injusticia, y el sufrimiento no tienen la última palabra ya que Cristo ya ha vencido al mundo. En efecto si crecemos en nuestro conocimiento y amor al Señor lograremos “atrapar” en nuestra tinaja la gran consoladora virtud de la esperanza.

Oremos. ¡Oh excelsa Madre de Dios y Esperanza de nosotros! Tú fuiste, eres, y serás, después de Jesús, toda nuestra esperanza. Oh Madre buena y poderosa, Oh Madre de la Esperanza, sabedor de que has recibido la misión divina de guardar, guiar, ayudar, alegrar, y consolar a las almas, a ti acudimos con inquebrantable fe e ilimitada seguridad. Tu título de Madre de la Esperanza nos alienta especialmente: tú eres, por derecho legítimo, la poderosa Intercesora, honor, y gracia que adquiriste desde el momento mismo de la Anunciación, y fuiste acrecentando cada día, con tu propio dolor. ¡Oh Madre buena y poderosa, Oh Madre de nuestra Esperanza, escucha nuestras necesidades. Atiende, te suplicamos, lo que con gran fe y esperanza solicitamos. Danos alivio y aliento, danos solución a nuestras necesidades, porque nosotros solos no podemos nada. Escucha nuestra plegaria, porque de ti todo lo esperamos, Madre y Señora nuestra, Virgen de nuestra Esperanza. Por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

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