4 de abril: Domingo de Resurrección/Domingo de Pascua

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Cristo ha vencido a la muerte. Por nuestro bautismo, tenemos una vida con Él. En la alegría de esta Pascua, demos gracias a Dios. Él nos ha bendecido para que vivamos su vida, para que nos llenemos de su amor y de su paz.

El Domingo de Resurrección es el día en que incluso la Iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios.

No se puede comprender ni explicar la grandeza de las Pascuas cristianas sin evocar la Pascua Judía, que Israel festejaba, y que los judíos festejan todavía, como lo festejaron los hebreos hace tres mil años, la víspera de su partida de Egipto, por orden de Moisés. El mismo Jesús celebró la Pascua todos los años durante su vida terrena, según el ritual en vigor entre el pueblo de Dios, hasta el último año de su vida, en cuya Pascua tuvo efecto la cena y la institución de la Eucaristía.

Cristo, al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que prepara para el Reino de los Cielos. Las pascuas cristianas -llenas de profundas simbologías- celebran la protección que Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo, la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable. Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande.

Oremos. “Te bendecimos, Padre por la Resurrección de Jesús, tu Hijo, mientras peregrinamos como tu pueblo errante por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Ésta es la nueva humanidad que nace con Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte. Haznos, Señor, hombres y mujeres nuevos, para que, según tu mandato, podamos ser testigos de tu Resurrección y mostrar a los demás que el hombre y mundo nuevos son posibles. Para eso, vence nuestra apatía con la fuerza del Resucitado; entonces creeremos eficazmente y quedaremos asombrados de lo que tu Espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.”

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