3 de julio: Santo Tomás

Hoy la Iglesia celebra la Fiesta de Santo Tomás. Él ha pasado a la historia como el Apóstol que no creyó. Tuvo que hacerse presente Jesús ante él para que cambiase y comenzase a ser un apóstol de verdad, un misionero, un testigo del reino de Dios.

En el caso de Santo Tomás se puede decir aquello de que unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Él se llevó la fama de increyente. Pero para ser realistas quizá los demás Apóstoles pasaron por el mismo proceso. También tuvieron sus dudas. La noticia de la resurrección de Jesús que les había traído las mujeres, les sobresaltó. Era algo demasiado grande. Demasiado increíble, ciertamente. Necesitaron su tiempo y necesitaron que se les apareciese Jesús para creer.

Santo Tomás no creyó a los testigos. No creyó lo que le decían sus compañeros Apóstoles. Necesitó encontrarse directamente con Jesús. Ahí se le cambió la vida. Revivió todo lo que había vivido con Jesús por los caminos de Galilea y por las calles de Jerusalén. Todo cobró sentido y se convirtió él mismo en un testigo de la Resurrección. La verdad es que cada uno tenemos que encontrarnos con Jesús – en directo, en nuestro corazón. Su luz sí nos deslumbrará – y para bien.

La tradición sostiene que Santo Tomás fue a Persia y hasta la región Malabar en la India, donde los cristianos todavía hoy día se llaman “los cristianos de Santo Tomás.”

Oremos. “Oh Dios y Señor de vida, en esta fiesta de Santo Tomás te rogamos así: nuestros ojos no han visto a tu Hijo Jesucristo y nuestros dedos no han tocado las cicatrices de sus heridas; sin embargo, creemos y oramos juntos en su nombre. Haz profunda y duradera nuestra fe en Él. Que el Espíritu aliente nueva vida en nosotros y nos haga mirar con ojos nuevos a la gente y al mundo de forma que les llevemos el amor, la paz, y la justicia de Jesucristo, nuestro Señor Resucitado, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

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