9-10 de octubre: Preparándonos Para Celebrar La Misa Dominical

La pregunta que el Evangelio del domingo (Marcos 10, 17-30) nos va a presentar es: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” La misma pregunta tiene muchas formas: ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? ¿Cómo me puedo sentir satisfecho de mí mismo? ¿Qué tengo que hacer para que mi vida valga realmente la pena?

Las respuestas habituales que nos ofrecen nuestra sociedad y cultura apuntan a:

— Estudiar para tener un buen empleo, o ser competitivo, o poder volver a tener un trabajo; ganar “suficiente” dinero, comprarse un piso, un coche, hacer algún viaje… Lo de “suficiente” dinero es algo bastante difícil de especificar, por cierto.

— También el mundo afectivo: encontrar pareja, formar una familia, y estar acompañado de buenos amigos.

— Y también esa dimensión que se fija en uno mismo: cuidar la propia salud, tener buen aspecto exterior, la imagen que presentamos a los demás, y hacer lo que me gusta.

— Algunas veces se propone también aprender a ser buena persona, tener unos principios éticos, y algunas prácticas religiosas.

Todas estas cosas son buenas y necesarias, ¡claro que sí! Pero ninguna de ellas, ni siquiera todas juntas, responden al deseo profundo de felicidad que tenemos. Ninguna de ellas, aun consiguiéndolas con mucho esfuerzo, nos garantiza la felicidad. Porque son todas tan frágiles: es frágil el empleo y la economía, es frágil la estabilidad familiar, es frágil la salud, y son frágiles las personas en las que podemos apoyarnos y con las que caminamos cada día – porque un día pueden faltarnos.

Según Jesús: “Una cosa te falta.” ¿Qué hacemos cuando también nos dice el Señor que una cosa nos falta? ¿Qué le decimos? ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Jesús, déjame tranquilo, déjame como estoy, yo ya cumplo con los imprescindible, compréndeme, no me pidas más? Jesús quiere que demos un paso más, nos pide que saltemos al vacío, que no nos apeguemos a nada que nos pueda hacer daño, que atendamos a las necesidades de los que más nos necesitan, y le sigamos de verdad sin reservas. Que sea Jesús mismo el único Señor, a quien seguimos.

Oremos. “Padre, nos quedamos fácilmente satisfechos de nosotros mismos y de nuestro propio pequeño mundo. Despiértanos y danos el valor de ponernos en camino con tu Hijo en su aventura de esperanza y amor. Haznos preguntarnos no lo que hemos hecho por ti, sino más bien lo que no hemos hecho ni hemos dado todavía. Por la fuerza de tu gracia, ayúdanos a seguir a tu Hijo hoy más que ayer, pero menos que mañana. Concédenoslo por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

 

 

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