Los Mandamientos no son precisamente observancias que garanticen nuestra salvación. Son una respuesta a todo lo que Dios nos ha dado. Ofrecemos a Dios no lo que estamos obligados a hacer, sino lo que Él espera que hagamos para responder a su amor.
En una hoja parroquial de hace muchos años existía una sección de “consultorio moral,” en la que aparecían preguntas de la más variopinta “casuística.” Había una referente a si los caracoles son carne o pescado, es decir, si pueden comerse en viernes de cuaresma o no. Mientras tanto, San Pablo puso en escrito estas palabras: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Romanos 14, 17)
¿Cuánto tiempo y energías habremos perdido en disquisiciones “bizantinas,” sin consistencia ni sentido? ¿En nuestros pensamientos y en nuestras conversaciones siempre cuidamos los sentimientos del corazón, como Jesús pedía?
