8 de enero: El Tiempo Ordinario

Terminó el ciclo de Adviento-Navidad. Comienza otro tiempo: el Tiempo Ordinario. Como su nombre indica, en él no hay nada “especial” – no es el tiempo de las grandes fiestas, no es el momento de las grandes celebraciones. Es el tiempo de “la hora que no brilla,” en la que se construye la vida. Así, calladamente. Por eso el Tiempo Ordinario es también un tiempo importante. Si la Navidad es el tiempo de Belén y la Pascua es el momento de Jerusalén, el Tiempo Ordinario es el tiempo de Nazaret y de Portland y Vancouver.

Según el Antiguo Testamento, “vendrá un rey ideal, de la familia de David, en quien se cumplirán todas las promesas de Dios.” Jesús, descendiente de David, fundará el Reino eterno prometido a David y a todos nuestros antepasados. Pero la verdad es que la obra que Él comenzó aún no se ha completado. Ya está la semilla sembrada, pero aún no ha llegado su efecto completo a todo, ni a todos. Por eso, Jesús hoy sigue llamando a todos, para vivir la vida nueva que Él inauguró.

Oremos: “Dios nuestro, que con admirable providencia dispusiste que el Reino de Cristo se extendiera por todo el mundo y que toda la humanidad participara de la redención, como hemos celebrado en su Epifanía, haz que tu Iglesia, sacramento universal de salvación, manifieste y realice en el mundo el misterio de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.”

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No en todo el mundo católico, pero aquí en Estados Unidos, hoy celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor. Recordamos que Dios nos manifiesta la investidura mesiánica de su Hijo: el Espíritu desciende sobre Jesús y es ungido por Él (unción que hace de Jesús el Profeta que trae la Buena Noticia de la salvación).

Jesús, con su Bautismo, emprende su misión. No ha venido para ser eternamente Niño. Con su Bautismo, emprendemos este período en el cual, el Señor, irá creciendo, hablando, instruyéndonos o mostrando los signos de su identidad y de su misión: cumplir la voluntad del Padre y atraer a todos los hombres y mujeres a la gloria de Dios. Es necesario que renovemos no sólo nuestra fe en Jesús, sino también la gracia de nuestro propio Bautismo.

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