7 de junio: Regresamos al Tiempo Ordinario (p. 2)

El Camino del Tiempo Ordinario

Tras la cincuentena Pascual, proseguimos “el tiempo ordinario.” No es decir que vamos a olvidar todo lo que hemos celebrado desde el Domingo de la Resurrección, pero vamos a regresar por un rato al “ministerio público” de Jesús, antes de su Pasión.

En su Evangelio, San Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las Bienaventuranzas (5, 1-12). Todos los detalles de este “discurso programático” son importantes.

Por ejemplo: Jesús sube a la montaña, se sienta, y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir tiene el sello de su Padre. Y el contenido es paradójico: todos los que sufren (por situaciones injustas o por incomprensión hacia su tarea) tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud moral, de sus cualidades, de su resignación, o de no sé qué extraña medida compensatoria. Son felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por difícil, paradójico, y casi inhumano que resulte.

Por eso, a los discípulos de Jesús nos llaman “Bienaventurados,” es decir dichosos y felices, si estamos tan abiertos a Dios que le permitimos llenarnos con algo de su propia felicidad. Para ello tenemos que ser pobres, humildes, y vacíos de nosotros mismos. Entonces obtendremos la felicidad del Reino de Dios, como un saboreo anticipado de la felicidad celestial. Pongámonos en las manos de Dios y pidámosle que nos bendiga bondadosamente.

Oremos. “Oh Dios, haznos humildes, pacíficos, misericordiosos, y compasivos, para que, como tu Hijo nos promete, poseamos tu Reino. Por Cristo quien vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.”

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