5 de noviembre: El Papa Francisco y la Oración

“¿Qué podemos decir sobre toda oración cristiana? Que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Salmos 139,1-4). Dios es como esas madres a las que les basta ‘una mirada’ para entenderlo todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo.

El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: ‘Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza.’

Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del Padre Nuestro nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: ‘No anden tan preocupados, ni digan: ¿tendremos alimentos? o ¿qué beberemos? o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso.’ Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!’ (Marcos 1,24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús – que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma  posesión de su casa (cf. Marcos 3,23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.

La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios nos ama; Jesús ha dado la vida por nosotros. El Espíritu está dentro de nosotros. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.”                   Papa Francisco

footer-logo
Translate »