Ante quienes dicen cosas como que “Dios está en todas partes, yo no necesito ir a Misa,” ¿cómo podemos responder?
En el primer capítulo del Evangelio de San Juan, leemos: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.” O sea que junto con Dios estaba el Verbo de Dios, que también era Dios. San Juan dice después, refiriéndose al Verbo: “Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.” O sea que, por medio de ese Verbo, que estaba junto a Dios y que era Dios, se hizo la Creación. Aunque es común escuchar una traducción de la Biblia en la que se dice “la Palabra se hizo carne,” la “traducción más exacta es que “el Verbo se hizo carne,” porque el Verbo es “Palabra en acción.”
Esto es importante, pues quiere decir que Dios no “crea y se olvida del mundo,” como algunos piensan, sino que Dios “crea y actúa en el mundo.” ¡Sigue actuando! Y la plenitud de esa actuación es que el Verbo se ha hecho carne – uno de nosotros, uno como nosotros en todo, menos en el pecado, porque pecar no es lo propio humano. Sabemos que hay gente que dice: “Es tan humano pecar.” ¡Mentira! Nosotros pecamos, pero pecar es inhumano porque destruye nuestra humanidad.
La locura es que Dios se ha hecho hombre para que nos demos cuenta de que Él entiende todo lo humano, y para salvarnos de lo que nos destruye, cargando con eso que nos destruye, el pecado, hasta morir, y vencer después a la muerte resucitando. ¿Por qué lo ha hecho? ¡Porque nos quiere!
Algo muy clave es ir a la Eucaristía con la confianza de que Dios está vivo, de que no es ‘una cosa más’ que hago o antes hacía. La Misa no es cuestión de sentimientos (hoy lo siento y voy, hoy no lo siento y no voy), es cuestión de Amor. Dios que es inmenso y está en todas partes ha querido hacerse pequeño y quedarse en un trozo de pan, para que podamos comerle y saciar el hambre de nuestro alma, para que podamos adorarle y seguirle como los Santos, en una vida de amistad y amor.
