5-6 de noviembre: El Día del Señor

En un mes como este de noviembre que hemos abierto con la Fiesta de Todos los Santos y en el que la Iglesia pide, especialmente, por todos los Difuntos, al tiempo que asistimos a una naturaleza que se está despojando de sus galas, nos viene a la mente el viejo proverbio del filósofo griego: “todo pasa.” Pasa el tiempo, pasan las cosas, pasamos también nosotros. Pero las cosas pasan para sumirse en la inexistencia – pasaremos también nosotros, pero para continuar existiendo, gozando de una vida feliz en la presencia de Dios.

San Pablo, en la segunda lectura de la Misa de hoy, anima a los cristianos de Tesalónica, en Grecia, a que se mantengan perseverantes en el camino de la fe que es, además, un motivo de edificación para todas las comunidades, transformándonos, así, en Apóstoles y testigos para quien nos vea. Les advierte, por otra parte, que no les esperan buenos tiempos, sino dificultades y la constante tentación del mundo pagano que les rodea. San Pablo les dice, además, que el Señor que es fiel, nos dará fuerzas y nos librará del Maligno. Y San Pablo termina diciéndonos que el Señor dirija nuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo (2 Tesalonicenses 3, 3-5).

Por consiguiente, lo que nos distingue a los cristianos de los no creyentes es nuestra Fe que se traduce también en esperanza, y que ilumina tanto nuestra visión de la vida presente como de la futura. Creemos firmemente en que el destino que Dios nos prepara es la vida, no la muerte.

Somos un pueblo en marcha. Somos una comunidad que tiene como meta el Reino de los cielos, aunque no tengamos experiencia de cómo es, ni sepamos explicar muchas de las preguntas que nos pueden venir a la cabeza. Pero nos fiamos plenamente de Jesús, el Maestro que nos va orientando domingo a domingo en nuestro camino. Creemos firmemente que vamos por buen camino.

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