4-5 de septiembre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Para los judíos, los paganos eran seres impuros, porque no adoraban al Dios verdadero y tampoco cumplían los mandamientos. Curiosamente San Marcos nos sitúa hoy a Jesús en tierras paganas y estando allí, le presentan a un sordomudo. Jesús no les hace ningún asco y además cura al enfermo. Hace realidad la promesa de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: los oídos de los sordos se abrirán (v.5).

La sordomudez, a falta de una comunicación fluida entre personas, conlleva otras consecuencias negativas para la persona afectada, como desconfianzas, dependencias, aislamientos. Los familiares o amigos del sordomudo estaban convencidos de que Jesús podía sanarle, incluso llegaron a decirle cómo tenía que actuar; tal vez habían escuchado que Jesús, en otras ocasiones, había hecho alguna curación poniendo las manos sobre el enfermo, y pensaron que esta era la manera de obtener la curación que le pedían. Jesús atiende al enfermo y su poder se hizo efectivo, devolviendo el oído al sordo y dándole la capacidad de hablar sin haber oído anteriormente durante su vida.

El mensaje de San Marcos es una invitación a dejarnos tocar por el Señor para que Él actúe y se manifieste en nuestras vidas abriendo la sordera de nuestro corazón, para que suelte nuestras lenguas y podamos anunciar con nuestra palabra y con nuestra vida aquello que creemos. Si el Señor no nos abre el oído del corazón no podremos comprender la Palabra de Dios.

No olvidemos que el Evangelio nos habla a nosotros. Un creyente ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de su fe.

Nos puede ocurrir como a quien padece la sordera física. ¡Qué difícil le resulta a la persona sorda reconocer su situación deficiente! ¿No estaremos nosotros sordos para Dios si, por ejemplo, cuando salimos de la Misa la Palabra de Dios no la recordamos o no nos ha dicho nada? ¿No necesitaremos presentarnos ante el Señor y pedirle que ponga sus manos sobre nosotros y nos cure?

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