3-4 de septiembre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Estamos reunidos cada ocho días porque queremos acompañar a Jesús fielmente, queremos acercarnos a Él. Durante de nuestra peregrinación con Él, su Palabra siempre nos recuerda que “seguir su camino” exige esfuerzo y renuncias … que para ser sus discípulos hemos de tener un compromiso claro, un testimonio de vida, y abrazar la Cruz que Él abrazó.

Como siempre, hoy en día vamos a pedir en la Eucaristía la fuerza, gracia, y ayuda que necesitamos del Señor, para ser fieles a lo que Él espera de cada uno de nosotros.

Para entender mejor el Evangelio que vamos a escuchar en la Misa (Lucas 14, 25-33): Al exponer las condiciones para ser discípulos suyos, Jesús dice que para ello es preciso “odiar” a padre, madre, esposo, esposa, hijos e hijas, hermanos y hermanas, incluso a sí mismo. Es verdad que el texto en español está traducido diferente, y no dice “odiar,” sino “posponer.” Si leemos diversas traducciones de este pasaje, podemos encontrar términos tan variados como “odiar” (así, por ejemplo, la Biblia de Jerusalén), “posponer,” y “despreciar.” La versión griega usa, de hecho, el verbo “miseo,” que significa literalmente odiar. ¿Es que la fe y el amor a Jesús y a Dios conllevan un conflicto con las relaciones humanas, precisamente, las más inmediatas, de modo que elegir la fe y el amor a Dios implica renunciar o, al menos, dejar en segundo plano aquellas? Efectivamente, Jesús nos llama a una elección radical y sin componendas, que significa ponerlo a Él absolutamente en el primer lugar, en la cumbre de los afectos y de las preferencias. Sólo de esta forma radical y sin medias tintas es posible seguirle de verdad, y ser realmente discípulo suyo. Pero esta preferencia radical y exclusiva, que conlleva “posponer” hasta los lazos afectivos más inmediatos, no significa una disminución o debilitación del amor que debemos a los nuestros, a nuestros padres, hermanos, e hijos. Al contrario, la elección absoluta a favor de Jesús como nuestro único Señor y Maestro sana, purifica, y fortalece nuestra capacidad de amar a todos, y también a los más cercanos, porque le da una medida nueva.

Oremos. “Gracias, Señor, por la fuerza y la gracia que nos das en tu Palabra y en los Sacramentos. Quisiéramos acompañarte siempre, pero quedamos perplejos y desconcertados ante las exigencias que nos haces para seguirte de verdad. Ayúdanos a discernir con claridad lo que es importante y lo que es secundario en nuestra vida. Ayúdanos a poner nuestro corazón en valores cuya cotización es eterna. Gracias, Señor, porque aunque la Cruz de cada día es pesada y el camino para seguirte duro, tú nunca nos dejas solos. En tu Santo Nombre. Amén.”

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