18-19 de diciembre: Preparándonos Para Celebrar la Misa Dominical

Hemos llegado al cuarto y último Domingo de Adviento. Todo este tiempo litúrgico ha estado marcado por las grandes figuras proféticas, que anunciaron la llegada del Mesías. De entre ellas, hoy destaca la Virgen María, que fue quien mejor vivió la espera del Mesías y quien “lo esperó con inefable amor de Madre.” La Misa de este domingo nos va a invitar a poner los ojos en María para aprender de ella a preparar la verdadera Navidad.

El Evangelio de la Misa (Lucas 1, 39-45) nos va a enseñar que la fe no es tanto creer unas cuantas verdades cuanto ofrecernos a Dios para hacer su voluntad. Es la gran enseñanza que nos ofrece María, modelo del creyente. El Evangelio nos va a recordar que Dios nos necesita, que cuenta con nuestra colaboración para llevar a cabo su proyecto de salvación, aunque nos creamos insignificantes pero, al igual que María, necesitamos la fe. Sin la fe, nadie se compromete en el proyecto de Dios.

María, sagrario y portadora de Cristo, es nuestro ejemplo. Muchos de nosotros, templos del Espíritu Santo por el bautismo, recibimos la Comunión frecuentemente, y Cristo no se puede quedar guardado en la piedad personal, debemos compartirlo. Es muy importante ponernos en camino como María. Tenemos que aprender a visitar, a compartir con los demás nuestro tiempo y ofrecerles nuestra ayuda, a situarnos en su punto de vista, en lugar de pensar egoístamente en los propios intereses. Dios está en todos, especialmente en los más necesitados. Estamos llamados a irradiar y comunicar al Señor – como lo hizo María.

Acompañemos y dejémonos acompañar hoy por la Virgen. Que ella nos enseñe a creer y que nos enseñe también a ver a Dios en lo pequeño y en lo humilde, aunque esté envuelto en pañales. Pidámosle que nos ayude a preparar la Navidad centrándonos en lo esencial y poniendo en un segundo plano lo secundario. Lo importante es el Niño, no son los pañales. Santa María, reuga por nosotros.

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Para reflejar: Según el Papa Francisco: “El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.”

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