14-15 de agosto: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical (Fiesta de la Asunción)

El Evangelio que vamos a compartir, durante de la celebración de la Fiesta de la Asunción de la Virgen María (Lucas 1, 39-56), nos va a presentar a María respondiendo plenamente en humildad y servicio a los planes de Dios. Ella reconoce que su grandeza procede de Dios. Es Dios quien la exalta y quien la elevará al cielo en su Asunción. Ella compendia una Iglesia humilde y servidora. Ella reza y canta a Dios porque dispersa a los soberbios de corazón, derriba de sus tronos (o poltronas) a los poderosos, a los ricos los echa de su lado, dejándolos sin nada, y se pone de parte de los humildes y hambrientos.

Ella es la mujer que forma parte de los que quieren cambiar la sociedad desde Dios y con Dios, de los que no están de acuerdo con este modelo social que desde hace mucho tiempo hace aguas. Y se pone de parte de esas minorías tan numerosas y tan absolutamente ignoradas. Y se aparta de todos los que sólo van a lo suyo, y a preocuparse de los suyos: los poderosos, los soberbios de corazón, y los ricos. Porque así es y actúa “Dios mi Salvador.” La Virgen es la mujer del cambio, de la revolución, la que quiere globalizar la justicia, los derechos humanos, la riqueza, la paz, el alimento, el trabajo digno para todos. Ella es la mujer que, según recibe la visita del Ángel, sale, se pone en camino, se mueve.

Hay posibilidad de que no estamos acostumbrados a este rostro de María. Pero es esta mujer la que ha hecho vida la Palabra de la Escritura, la que ha sido elevada (Asunción) por Dios a la gloria. En esta Fiesta, Dios nos pone en clave de lucha contra esa “sociedad sin Dios,” que no reconoce en cada hombre a un hermano, en cada mujer a una hermana. Nos sacude para que nuestra fe sea agente de cambio, más comunitaria, más cercana a los que están peor, y mucho menos preocupada y encerrada en sí misma. Pero también es una fuente de esperanza, ¡tan necesario con la que está cayendo! Ella nos recuerda de la esperanza que ya tenemos, de que la victoria final (el cielo) da sentido a nuestra lucha en la tierra.

Hoy, desde el cielo, Dios y la Virgen María (Madre de su Hijo y Madre de la Igelsia) nos invitan a mirar con otros ojos a la tierra, a la sociedad, a la Iglesia, y a nosotros mismos de manera más comprometida, más valiente, más vital, más esperanzada – para que se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo. “O Dios, cólmanos con tus bienes, para que con María bendigamos tu nombre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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