13 de agosto: El Día del Señor

La victoria de Dios sobre las aguas es un tema muy importante de la vida y la historia judía. El pensamiento Bíblico ha heredado, en efecto, de las viejas tradiciones semíticas la idea de una creación del mundo en forma de un combate entre Dios y las aguas, hasta que el poder creador de Dios se impuso a las aguas y a los monstruos del mal que contenía (por ejemplo, en Isaías 51, 9-10). Incluso la historia de la salvación aparece como una victoria de Dios sobre las aguas: tal es el significado de la victoria sobre el mar Rojo y de la victoria final sobre el mar (Apocalipsis 20, 9-13).

Ahora bien: el poder de Cristo sobre las aguas impresionó evidentemente a los primeros cristianos, que vieron en el relato de la tempestad calmada (Mateo 8, 23-27) y en el caminar sobre las aguas (nuestro Evangelio hoy, tomado de Mateo 14, 22-33) la manifestación de quien vuelve a reanudar la obra de la creación y la lleva a su plena realización triunfal. El Día de Dios debía ser un día de victoria sobre las aguas (Habacuc 3, 8-15). Dios está, pues, entre nosotros, para completar esa obra (14, 33). El caminar sobre las aguas es, por tanto, una especie de “epifanía” del poder divino que reside en Cristo. Según los discípulos: “Realmente eres Hijo de Dios.”

Preguntas claves: ¿Podemos encontrar al Señor en el caos de nuestras dudas, nuestra confusión, y nuestra fe vacilante? ¿Podemos encontrarle todavía en el desorden de nuestro tiempo? El Evangelio nos recuerda que Él está en (no a distancia de) las tormentas y dificultades de nuestras vidas. Si realmente encontramos a Jesús en la fe, en la amistad, y en el amor, entonces Él hace que todo se vuelva tranquilo, aun cuando el viento huracanado siga soplando, ya que el Señor deja sentir su presencia. Sigamos confiando, sigamos creyendo, y sigamos caminando – pues el Señor está con nosotros.

Oremos. “Padre bondadoso, que tu Hijo Jesús nos dé el valor para caminar con Él por el tormentoso camino de la fe, y para arriesgarnos a amar. Y que así depongamos nuestros miedos y temores y hagamos de su Palabra tranquilizadora el fundamento de nuestra vida y de nuestro trabajo, hasta que consigamos el puerto seguro de paz en ti, Dios nuestro, por los siglos de los siglos. Amén.”

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