10 de mayo: Fiesta de San Damián de Molokai

San Damián nació en Bélgica en 1840. Hasta los 19 años vive con sus padres, en ambiente campesino y allí, junto a su fortaleza física, se va desarrollando su personalidad y su vida de fe. El destino de su breve vida sólo se explica por su apasionamiento por descubrir lo que Dios podría esperar de él. Profesa en la Congregación de los Sagrados Corazones y pide ser enviado a las misiones de las Islas Hawái a los 23 años. Ordenado allí sacerdote, evangeliza en la isla grande de Hawái, durante 9 años, a pequeñas agrupaciones de nativos, dispersos en amplios territorios volcánicos.

A sus 33 años, se ofrece voluntario para permanecer en la colonia de leprosos, confinados desde hacía 7 años en una pequeña península de la isla de Molokai, cárcel natural aislada por el mar y las montañas. Los enfermos, que morían casi a diario, eran sustituidos por otros leprosos a quienes, desde otras islas, se forzaba a encerrarse en Molokai.

Desde el comienzo se identifica totalmente con la situación, y se dirige a ellos con su “Nosotros, los leprosos.” Trabaja agotándose por aliviar físicamente y consolar religiosamente a centenares de leprosos, que así pueden vivir con serenidad y morir con esperanza. Sus precauciones iniciales, van sin duda relajándose por la costumbre, la amistad, la necesidad, hasta que, tras 11 años de convivencia, él mismo es contagiado por la lepra. Durante 4 años la enfermedad corroe su cuerpo, pero no le impide declararse el misionero más feliz del mundo. Tampoco logra doblegarle, pareciendo que hubiera querido morir de pie.

Hasta que en 1889, a los 49 años, muere leproso, satisfecho de que su obra quedaba consolidada con refuerzos de última hora de religiosos y religiosas. “Ya no soy necesario,” decía, como un leproso más, muriendo lleno de consuelo quien había trabajado en la casi más absoluta soledad.

Según el Papa Benedicto XVI (el día de su canonización): “Lo han llamado ‘el leproso voluntario,’ porque con tal de poder atender a los leprosos que estaban en total abandono, aceptó volverse leproso como ellos.”

Oremos. “Dios, Padre nuestro, tú nos has manifestado tu amor en tu Hijo Jesús que vino para servirnos y dar su vida por nosotros. Te damos gracias por las maravillas que realizaste en la vida de San Damián de Molokai. Él escuchó el llamado de Jesús a seguirlo y entregó su vida por los más pobres, los leprosos, a quienes hizo recuperar su dignidad de personas humanas. Animados por su ejemplo y confiados en su intercesión, venimos a ti con nuestros sufrimientos, nuestras penas, y con nuestras esperanzas. Que el Espíritu Santo abra nuestros corazones ante la miseria del mundo, entonces, como San Damián, te encontraremos en los rostros marginados por la sociedad y podremos revelarles el amor que tú tienes por cada uno de ellos. Bendito seas tú, Señor, Padre lleno de ternura y amor, tú que eres nuestro Dios, desde siempre y por toda la eternidad. Amén.”

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