Celebramos hoy, junto a la Iglesia universal, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Esta significativa fiesta Mariana se sitúa en el marco del Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, caracterizado por la vigilancia y la oración. Tiempo en el que María nos acompaña y nos indica cómo hacer vivo y activo nuestro camino hacia la Noche Santa de Belén. Y hoy el Señor nos anuncia, en las palabras del Ángel, la salvación que ya está cerca: “su Hijo se hace hombre para que el hombre sea hijo de Dios.”
Si Jesús es la salvación, María era la primera que tenía que ser totalmente salvada. Y así fue redimida en virtud de los méritos de Jesús, incluso antes de que éste existiera en su seno. Porque el plan de Dios de salvar al hombre es un plan eterno.
La santidad de María, desde el primer momento de su existencia, indica su total sintonía con Dios y con el Espíritu Santo. En ese ámbito de relación todo es santo y es un recuerdo de que nosotros, también, vivimos rodeados de la gracia de Dios en la redención de Cristo Jesús.
En la plegaria solemne de la Iglesia hoy damos gracias a Dios, recordando lo que ha hecho con la Santísima Virgen. Damos gracias porque a nosotros también nos ha llamado a la plena unión con Él – por siempre.