9-10 de enero: Preparándonos Para Celebrar La Misa

En el Evangelio que vamos a compartir el domingo que viene (Marcos 1, 7-11), el Padre proclama públicamente: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco,” desde siempre y para siempre. Y derrama sobre Él todo el poder de su Espíritu, haciéndole su Templo, su Consagrado, su Mesías. Algo similar ocurre con nuestro Bautismo, y los padres habrán de ocuparse (junto con la Comunidad cristiana, claro) en irle mostrando cada día lo que eso significa, hasta que sea capaz de experimentarlo por sí mismo. Todo niño es hijo de Dios, -Bautizado o no-, pero quien ha sido Bautizado podrá conocer a su Padre del cielo, sentir su amor, su guía, su fuerza, y vivir cada día con Él y para Él.

Ser Bautizado con el Espíritu de Jesucristo supone encontrarse con Dios y sabernos acogidos por Él en medio de la soledad; sentirnos consolados en el dolor y la depresión; reconocernos perdonados del pecado y la mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad; y vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad.

Hemos recibido el Bautismo para vivir la vida con más plenitud, para vivir incluso los acontecimientos más sencillos e insignificantes con más profundidad. También para atrevemos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; y para permanecer abiertos al amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. También para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.

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¡Qué sencillo y breve lo ha descrito San Pedro (Hechos 10,34-38), al resumir la vida de Jesús!  ̶  “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, porque Dios estaba con Él.” Y esto ni mucho menos sobra en nuestro mundo de hoy. Más bien es urgente y necesario. Y el Señor puede seguir haciéndolo con ayuda de sus discípulos, como instrumentos suyos, siempre que en vez de estar “pasados por agua,” estemos cocidos y empapados por el Fuego del Espíritu del Resucitado.

Está muy bien que los Bautizados comencemos el año reanimando, profundizando, y dando mayor testimonio de lo que somos: los  Hijos Amados de Dios, que hemos recibido también su Espíritu para pasar por esta vida haciendo el bien.

Oremos para que el Espíritu Santo, por intercesión de San Juan Bautista, nos haga vivir la vida de Jesús:

“Señor, Dios nuestro, siempre bondadoso, derrama sobre nosotros el Espíritu Santo que bajó a Jesús cuando se Bautizó en el río Jordán y que guio a Jesús en su vida y en su muerte. Que ese mismo Espíritu insufle en nosotros libertad de todo miedo y rencor, el fuego de su amor y fervor en la oración. Que Él traiga armonía a nuestra comunidad y a nuestras familias y nos guíe en nuestra misión de convertir a todos en hijas e hijos tuyos, para que todos te alaben y te den gracias por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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