8-9 de agosto: Preparándonos Par Celebrar la Misa

Las lecturas de la Misa del domingo nos van a invitar a entrar en el misterio de la voluntad de Dios sin plazos, sin prisas, sin nuestros prejuicios o medidas, sino confiados en la misericordia de Dios. San Pedro, que aprendió a echar las redes fiado no en su cálculo, sino en la palabra del Señor, tiene que seguir avanzando por ese camino de amor fecundo de Cristo, basado en la confianza en el que tiene poder sobre los elementos de la naturaleza. Sí, reconocer que Cristo es todopoderoso, que el poder último no está en las fuerzas de la naturaleza, ni siquiera en las que se muestran como más pequeñas o destructivas, sino en la fuerza de Cristo, que no vivimos a merced de los elementos sino bajo el manto misericordioso de Dios, es consolador. Y es un estilo de vida propio. Dios puede mostrarse en la brisa o en el oleaje, pero en cualquiera de esas circunstancias, “salud o enfermedad, honor o deshonor,” su presencia nos agarra del brazo para que no nos hundamos sino que experimentemos su cuidado. Esta forma de pasar que tiene el Señor, estos cuidados suyos, se aprenden desde la experiencia de la Misa. En ella, Cristo se acerca a nosotros en el silencio y en la discreción de humildes gestos, pero también en lo solemne y grandioso. No solamente lo hace de una forma, sino de una y de la contraria, para que no pensemos que lo dominamos, que ya sabemos por dónde va a venir, para que no lo tratemos de forma calculadora, sino “creyente.” Esto es una actitud propia de Jesucristo: es león y es cordero, es rey y es siervo. Y es así para que no olvidemos que, de suyo propio, Él está fuera de nuestro alcance. Pero se acerca, en la brisa y la tempestad, y sólo espera una fe dispuesta a recibir al Señor como venga, como hace Elías, que espera en la tempestad y espera en la brisa.

¿Quiénes somos nosotros, acaso, para decirle a Dios cómo y cuándo? Marcarle el camino es, como en el caso de San Pedro, dudar: “¿Por qué has dudado?” Tantas veces en la celebración de la Iglesia participamos creyendo saber ya de antemano lo que Dios nos tiene que decir y de qué manera tiene que aparecer, bajo qué signo, con qué palabras… Un corazón valiente es el que espera siempre, y no le marca un camino a Dios, sino que lo espera en su venida. San Pedro es cabeza de la Iglesia también en su impulsividad generosa, decidida, necesitada de aprender. La Misa del domingo nos va a decir: no busques a Cristo donde lo quieres, deja que su misericordia te enseñe dónde es donde más lo necesitas encontrar. Ten la paciencia suficiente para no perderlo con tu cálculo… y el Señor te dará su misterioso conocimiento, su perfecta comunión.

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