6 de abril: Martes de Pascua (Octava de Pascua)

Cuando nuestro corazón se llena de dolor o cualquier otro sentimiento negativo (dolor, rencor, ira, odio, miedo …) tenemos dificultad para percibir entre nosotros los signos de Cristo Resucitado. En el Evangelio de San Juan (capitulo 20), Santa María Magdalena está llorando ante el sepulcro vacío. Su corazón está lleno del dolor irreparable por la muerte de quien tanto amaba. Por eso no percibe las señales de la resurrección.

Con el corazón traspasado por el dolor de la muerte de Jesús, María Magdalena no podía ver más allá de la tumba vacía la presencia de la ausencia de Jesús. No era solo el sepulcro que estaba vacío. Su corazón también estaba vacío. Era necesario que Jesús se manifestara físicamente a ella y la llamara por su nombre para que ella pudiera percibir su presencia.

El tema central de los relatos de apariciones es el encuentro y el reconocimiento del Resucitado. Es interesante notar que las apariciones de Jesús son personificadas para cada situación. En varios relatos destaca un hecho significativo: el Resucitado aparece de incógnito y sólo en un segundo momento se da a conocer o es reconocido por los discípulos. Que la celebración  de esta semana (la Octava Pascual) abra nuestros corazones para ver cómo Cristo Resucitado se manifiesta en nuestras vidas y en los acontecimientos diarios.

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No siempre es fácil  reconocer al Señor Resucitado. Esa fue la experiencia de María Magdalena. A nosotros también se nos pregunta: “¿A quién buscan ustedes?” ¿Estamos buscando realmente al Señor Jesús? Y ¿le reconocemos, no solamente en nuestros momentos de oración y cuando recibimos la Eucaristía, sino también cuando Él camina a nuestro lado en nuestras alegrías y sufrimientos, en la gente que nos rodea, en las circunstancias y acontecimientos ordinarios de la vida?

Oremos. “O Dios, profesamos nuestra fe en Jesús y le reconocemos como nuestro Señor y Salvador. Haz que le escuchemos cuando nos anuncia su Buena Nueva de salvación como un mensaje de vida. Que nosotros también sepamos oír su voz cuando clama a nosotros en los hermanos necesitados, o cuando nos habla sencillamente en hermanos que nos confidencian sus alegrías y esperanzas, su fe y su amor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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