31 de julio-1 de agosto: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Hoy en día hay muchos millones y millones que padecen de hambre. Pero ¿es solo de pan, o de arroz, o de su alimento básico? Como católicos, tenemos que preocuparnos por el problema del hambre en el mundo, pero no deberíamos olvidar la tremenda hambre espiritual, que anhela respeto de la dignidad personal y de los valores humanos, de justicia y de paz. Hay Alguien que vino a vivir entre la gente para satisfacer las más profundas hambres del hombre y se hizo a sí mismo pan para la vida del mundo. ¡Es Jesús! Es el Señor – que está en medio de nosotros. Si creemos en Él y le seguimos en su camino de entrega de sí mismo, podemos trabajar por medio de Él y con Él para llevarle, a un mundo hambriento, el alimento eficaz que sacie toda clase de hambre.

Cada uno de nosotros, cada hombre y mujer, busca seguridades en la vida, porque necesita una estabilidad para su caminar de cada día. Jesús se ofrece como Aquel que es capaz de responder satisfactoriamente a esas demandas, capaz de saciar el hambre más vital del corazón humano, y de ofrecerle esa seguridad que necesita. Éste es el mensaje que se nos ofrece.

La imagen del maná en el desierto (de la primera lectura) es prefigura de lo que más tarde el Señor Jesús ofrece a cuantos le acogen, y ofrece a su comunidad. Por eso, el apóstol San Pablo nos invitará a “vestirnos de la nueva condición humana,” a la imagen de Cristo, renovando para ello la mente y el espíritu, convirtiéndonos en el hombre nuevo y la mujer nueva que nace del encuentro con el Señor Resucitado.

No convirtamos en rutina el don generoso de Dios, su Eucaristía. Acojamos con gratitud y con fe los dones de Dios y acojamos con fe el don del Pan de Vida, Jesucristo. Seguiremos las huellas de Él, configurándonos con Él, para que llene nuestra vida y la ilumine: “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.” Ahí está su oferta.

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