30 de octubre: El Día del Señor

Jesus está todavía peregrinando por Galilea a Jerusalén (Lucas 19, 1-10). Entra en la ciudad de Jericó donde vive Zaqueo, un hombre al que todos juzgan sin piedad: es un pecador. Para Jesús es sencillamente una persona que anda “perdida.” Precisamente por eso lo busca con su mirada, le llama por su nombre, y le ofrece su amistad personal: comerá en su casa, le escuchará, podrán dialogar. Acogido, respetado, y comprendido por Jesús, aquel hombre decide reorientar su vida.

La actuación de Jesús es sorprendente. Nadie veía en Él al “representante de la Ley,” sino al profeta compasivo que acogía a todos con el amor entrañable del mismo Dios. No parecía preocupado por la moral sino por el sufrimiento concreto de cada persona. No se le veía obsesionado por defender su doctrina, sino atento a quien no acertaba a vivir de manera sana.

No caminaba por Galilea en actitud de “conquista.” No imponía ni presionaba. Se ofrecía, invitaba, y proponía un camino de vida sana. Sabía que la semilla podía caer en terreno hostil y su mensaje ser rechazado. No se sentía agraviado. Seguía sembrando con la misma actitud de Dios que envía la lluvia y hace salir su sol sobre todos sus hijos: buenos y malos.

El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.” Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. Él ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos.

Para reflejar: El encuentro transformador con Cristo es el resumen de lo que es para nosotros, el llamarnos cristianos, el creer que Jesús también ha entrado en nuestra vida, en nuestra casa, y se ha alojado en ella, para cambiarnos. Él nos mira, nos reconoce, y pide entrar en nuestra vida. ¿Cómo vamos a responder a su pedida?

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