Seguimos viviendo en un mundo que produce una gran incertidumbre respecto al futuro. La vida está en continuo movimiento, todo está cambiando, nada es estático. Nos acostumbramos fácilmente a la comodidad, pero cuando más seguros nos sentimos de que nada cambiará, repentinamente y sin ningún aviso se presenta una dificultad que nos mueve todos los esquemas que creíamos estables.
Empezamos este domingo el nuevo Año Litúrgico, que marca nuestra manera particular de situarnos en el tiempo, actualizando los misterios de Jesús. Lo empezamos con esperanza, puestos nuestros ojos en las promesas de Dios que es un Dios con nosotros, el Emmanuel. Somos conscientes de que vivimos en medio de muchos cambios, a veces cambios radicales, pero sabemos que también en ella podemos experimentar la cercanía del Dios misericordioso que no abandona a su pueblo.
El tiempo de Adviento nos va a recordar que en la persona de Jesús se ha realizado totalmente el plan de Dios. En nosotros todavía está por realizarse. Vivimos pues en la esperanza. El tiempo que tenemos a disposición se nos da para hacer nuestra esa oferta de salvación y liberación dada en Cristo.
Es Cristo mismo que nunca nos ha invitado a hacer cosas extraordinarias ni raras – sino de vivir la vida y sus exigencias, toda ella animada por el amor. La Eucaristía es el momento privilegiado para renovar nuestra esperanza y seguir clamando: “Ven, Señor Jesús.”