30 de abril-1 de mayo: Preparándonos para Celebrar La Misa Dominical

Con el desconcierto causado por la muerte del Maestro, parece que los discípulos (en Juan 21, 1-19) se han olvidado de aquellas palabras suyas: “Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.” Ya no está Jesús y por lo tanto es “de noche.” No solo cronológicamente, sino afectivamente e incluso “laboralmente.” Cuando falta la luz, cuanto falta su presencia, la actividad es inútil. Especialmente la actividad pastoral.

Es frecuente que haya “noche” en nuestras vidas. Pueden ser tantas las causas: una crisis personal, una etapa de desencuentro, de incomprensión o de rechazo, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo, cuando el trabajo se vuelve rutinario o sin sentido, y cuando nos embarga el pesimismo, la depresión, el sentimiento de soledad. Todas ellas dejan una gran sensación de “vacío,” de miedo, y de tristeza, porque, como San Pedro, seguimos saliendo a pescar “como siempre” hemos hecho, como si no hubiera pasado nada. Pero debemos recordar que la Resurrección de Jesus ha cambiado todo.

La Resurrección de Jesús de entre los muertos, su Victoria eterna sobre la muerte, y el don de la salvación significan que podemos y debemos vivir ahora con una nueva confianza y esperanza. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la Resurrección de Jesus es la verdad culminante de nuestra fe,” el corazón de nuestra identidad misma como creyentes. Es la creencia que Dios ha cambiado radicalmente el universo con el nacimiento, la vida, la pasión, la muerte, y la Resurrección de su Hijo.

Oremos. “Padre, te pedimos que por medio de Jesús, y juntamente con Él, lleguemos a ser para el mundo tu palabra y tu don, tu signo de esperanza. Haznos capaces de dar testimonio de tu amor para con todos, hoy y mañana, y por los siglos de los siglos. Amén.”

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